jueves, 27 de mayo de 2010

¿Qué será de mí?




     Hace algunos años un amigo muy querido para mí se fue a la morada del Padre. Dicen que los amigos son contados con las manos, y hasta nos sobran dedos; frase muy cierta en mi vida. Con su partida, grandes dudas existenciales llegaron a herir profundamente mi ser. Indagaba si la muerte acaso era la última escala, escala resguardada en el olvido del momento presente. Ciertamente nos aterra enfrentarnos a nuestro inevitable fin. Buscamos distraernos con diversos medios para olvidar la angustia de la muerte: la televisión, el sexo, la comida, amistades, etc., cada persona puede encontrar la forma de evitar el recuerdo de su mortalidad.

Borges decía en el Inmortal que vivir para siempre, en este mundo, nos causaría hastío e inmovilidad. La mortalidad nos mueve, porque sabemos que cada instante puede ser el último, no hay tiempo que perder.

Este pensamiento me impulsó a escribir mi tésis sobre El problema de la inmortalidad en Aristóteles y sus comentadores. Conclusión: No podemos estar cien por cien seguros de la inmortalidad por vías científicas, porque el objeto de estudio sobrepasa toda medición. Sin embargo hay un fenómeno, efecto del alma que de cierta forma es medible científicamente, pero no del todo, a saber el pensamiento. Sin duda no hay pensamiento sin cerebro. Por otro lado el pensamiento tiene características inmateriales. Si nuestros pensamientos fuesen materiales, al reflexionar sobre ellos, encontraríamos reflexión de reflexión al infinito, lo cual terminaría con nosotros. El tamaño de nuestra cabeza crecería exponencialmente.

Si el pensamiento es inmaterial, algo permanece, pues sólo los entes materiales son sujetos de corrupción. ¿Cómo se puede medir el pensamaiento? ¿Acaso algún neurólogo ha encontrado un pensamiento en la cantidad de cerebros estudiados?

En este mundo nuestros anhelos más profundos no pueden ser satisfechos de manera absoluta. La profundidad de los mismos lo exige. Sería absurdo que estos anhelos no puedan colmarse y existan en nosotros, como contradictorio sería utilizar un libro como martillo. Por último la fe nos puede ofrecer respuestas anticipadas. Todas las religiones están de acuerdo en la existencia de un más allá...

Wittgenstein concluye que el sentido de este mundo no puede estar en él. Sería absurdo. Además si apostamos por un más allá, por Dios, no tenemos nada que perder y sí mucho que ganar, aunque la apuesta de nuestro ser parezca elevada.

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