lunes, 17 de octubre de 2016

Ser Amables



    Si existe algo que necesite nuestra sociedad, es sin duda alguna, la amabilidad. Creo firmemente en el poder de tratar a los demás como nos gustaría ser tratados. Es la milenaria ley de hospitalidad cantada por los antiguos. La guerra de Troya, narrada en la Ilíada, fue causada por faltar a esa norma. Paris abusó de la hospitalidad de Menelao, con el atrevimiento de raptar a Helena, ¡en su propia casa!

El viajero era un ser indefenso. Los trayectos eran largos y depender de la caridad ajena era indispensable. La vida estaba en juego. Por eso violar ese acuerdo implícito entre hombres resultaba tan grave como matar y robar.

San José y Santa María, vivieron en carne propia, la falta de alojamiento en Belén. No les quedó más opción que refugiarse en una cueva. Ahí nació Jesús.

La hospitalidad no se basta a sí misma. Le hace falta el fundamento de la amabilidad. Es clave para mejorar la calidad de vida en sociedad, digo yo.

Con palabras amables, corteses, es posible cambiar el destino de los demás. Con una sonrisa podemos hacer más ameno y llevadero el día para otras personas. No es tarea fácil en un clima urbano, hostil, desconfiado... Pero es el comienzo de acercarnos al prójimo y no verlo como enemigo, como un estorbo. Sino reconocerlo como un semejante.

Un simple saludo puede alterar el ánimo de su receptor favorablemente.

¿Qué podemos ofrecer, realmente a los demás? Lo más valioso es nuestro tiempo. Implica dar parte de nuestro ser. Por eso al sonreír a un extraño, estamos abriendo nuestro ser hacia los demás. Nos ofrecemos como entes finitos a otro ente finito. Compartimos nuestra temporalidad.

Ser amables, también es una forma de donación. Es pequeña, comparada con otras formas de entrega. Por algo debemos empezar. También me incluyo.