El don de ser tú mismo

Cada persona que miramos en la calle guarda una historia; tan íntima y personal, emocionante en sí misma e incomunicable (al menos objetivamente), haciendo de cada cabeza un mundo, un microcosmos. El mundo del otro únicamente nos es accesible en cuanto el otro desea abrirnos las puertas, invitándonos a entrar en él mediante el compartir, es decir que libremente la otra persona se abre a sí misma hacia los demás. ¿De qué está hecho el mundo del otro? Sólo lo podremos saber en la medida en que sepamos la constitución del mundo propio. Es preciso adelantar algunos de los componentes generales del mundo que cada persona se forma, a saber; la familia de la que venimos, la patria de donde nacimos, nuestra raza, nuestro sexo y nuestra sexualidad (obviamente no son lo mismo), etc. Hay un sin fin de componentes de nuestro mundo que nosotros no hemos elegido, no obstante forman parte de nuestra historia personal, son ineludibles. Nosotros no elegimos a nuestros padres, ni el lugar donde nacimos, es más, ni siquiera elegimos la vida misma, sino que todo esto nos ha sido dado. Siempre que hay hombre, entran en juego estos componentes que son ajenos al hombre y sin embargo íntimamente ligados a él, que no hay posible escapatoria de ellos. Son ajenos al hombre porque son externos, él no los elige, pero tampoco los constituye ni se los puede dar, porque los ha recibido incluso antes de tener conciencia de sí mismo.

A pesar de que existen estos factores que conforman o al menos influyen en la construcción del mundo personal, sin embargo no son los únicos ni los más importantes en la formación de cada persona; hay que mencionar los factores intrínsecos al hombre mismo, producidos en el mar tempestuoso de su ser, en las mismas profundidades que eludimos allí se encuentra el núcleo de nuestro mundo. El hombre es libre porque se autodetermina, es decir el hombre mismo se pone ante su vida los fines que han de guiarlo por el camino de la felicidad, en el mejor de los casos, o por el camino de la desdicha, dependiendo de los fines auto-impuestos.

Precisamente a esta interioridad del hombre es la que pretendo convocar en este escrito, ya que lo más importante, esencial y valioso de cada ser humano está en el fondo de su ser. Desgraciadamente esta interioridad ha quedado en el olvido, en la indiferencia o ha sido mal interpretada, incluso se le ha obligado a convivir con el egoísmo…

Esta interioridad está ampliamente conectada con la libertad, a tal punto, que si suprimimos la primera, también desaparece la segunda, esto es un factor humano inversamente proporcional. Cuántas veces no hemos experimentado en nuestras vidas cómo nuestra libertad es limitada, oprimida por factores externos; entre los que destacan los medios masivos de comunicación, las leyes e inclusive la misma sociedad se han vuelto un factor aplastante en cuanto al desenvolvimiento de nuestro ser se refiere. Bien ha dicho Gabriel Marcel que el hombre es un ser itinerante, es un eterno viajero puesto que el alma humana es viajera. El hombre no está aquí para siempre. Su corazón es un reloj constante; cada latido anuncia el viaje que está a punto de hacer… La vida en cantidad es corta, pero no debe serlo en calidad. Saber que algún día moriremos debe ser el detonante principal para descubrir o redescubrir adecuadamente esta interioridad olvidada en lo más hondo de nuestro ser. Por lo cual para tener entrada al mundo del otro, menester es que primero tengamos un acceso a nosotros mismos, pero ¿cómo se logra esto? Conociéndonos a nosotros mismos, tal cual somos, a través de la mirada sincera de nuestra conciencia, sin tomar importancia de lo que es ajeno a nosotros mismos. El ruido exterior, producido por el Mundo, así como los placeres que ofrece, producen en nuestra mente una distracción y olvido de lo que realmente es importante. La búsqueda del placer en todos sus sentidos, así como la búsqueda frenética de compañía, son indicadores de que el ser humano está huyendo. ¿De qué estás escapando hombre, que tan afanosamente haces todo lo posible por no pensar y por no estar a solas? Huyes de ti mismo, no soportas la soledad. Sabes que si tan sólo te atrevieras a enfrentar tu soledad y angustia, nada impediría encontrarte con el ser más temido; con ese ser querido poco o a veces querido en exceso sin la justa medida de que ese ser no viene de ti… Alguien que posee su Ser necesariamente por sí mismo te lo dio.

Utilizas diversas máscaras para disfrazar el temor de conocerte tal cual eres, tal como te pensó Dios antes de crearte. Te pones máscaras muy serias o muy chistosas, según sea el caso. Dime de qué huyes y te diré a qué le temes. Eso te lo diré para que salgas del cascarón y te quites esas máscaras falsas que tú mismo te has hecho, para que descubras ese ser maravilloso e irrepetible del cuál puedes ser dueño absoluto. Esta es la llave principal para que seas libre. “La verdad os hará libres”…

Cuando te burlas de alguien, en realidad (y sin saberlo) te burlas de ti, de lo que reconoces que hay en ti y que ocultas a los demás. No te importa que ocultes un defecto o un vicio, sino que sólo importa que los demás lo rechacen o burlen para que tú hagas otro tanto. Quítate la máscara, no tengas miedo de conocerte y de aceptarte tal cual eres, porque ese es el don más valioso que Dios te dio al darte la vida.

Con frecuencia intentamos ocultar nuestros más profundos temores vistiendo de determinada manera, usando ciertas frases aceptadas por el grupo al cual pertenecemos o pretendiésemos pertenecer y esto no lo hacemos por salir de nuestro cascarón; muy por el contrario hacemos más dura la cáscara transparente de un mundo hecho a la medida de nuestros complejos. Esto aumenta el espesor de nuestro cascarón debido al constante huir de nosotros mismos. Muchas personas al mirarse en el espejo, no son capaces de aceptarse, de quererse; lo cual es muy lógico si han cargado con problemas interiores que los persiguen como fantasmas temibles del pasado. Al no aceptarnos como somos, al no perdonarnos; emprendemos la huída. Es una huída aunada a una búsqueda que parece no saciarse.

El mayor temor de la humanidad no es a morir; sino el miedo sofocante de quedarnos solos. Sin embargo es necesario pasar por el camino de la soledad, sea de manera voluntaria o involuntaria, en algún momento de nuestras vidas. En el silencio interior escuchamos el eco de nuestra alma, que parece casi imperceptible por tantos ruidos conservados en nuestra memoria. La memoria es dadora de historia. El hombre que ha alcanzado a descubrir el don de ser él mismo, vence cualquier temor, incluso el de la misma muerte, puesto que todos los miedos proceden de la ignorancia. Me refiero a la ignorancia que tenemos respecto de nosotros mismos, por no tener la firme raíz del conocimiento propio. Pero no hemos de quedarnos en el conocimiento propio, de manera que quedemos encerrados en nosotros mismos, haciendo hermético nuestro cascarón. Muy por el contrario, el conocimiento propio, fundamentado en el don de ser tú mismo, debe ser el primer paso para entrar en relación con los demás. El conocimiento propio debe ser puente, no cascarón. Con el conocimiento propio enlazamos nuestra interioridad, abrimos nuestro ser hacia los demás, para el bien del Todo y no de las partes.

Cuando el hombre se empieza a conocer, inevitablemente rompe el cascarón que con tanto esfuerzo y con tanto afán había esmerado en construir, a manera de fortificación contra lo exterior. Con el conocimiento de sí, lo exterior ya no se vuelve obstáculo ni es mirado como enemigo mortal de nuestra interioridad. El Mundo junto con los pequeños mundos de quienes nos rodean, parecen adquirir un nuevo matiz y color al estar iluminados por la luz fulgorosa del don de ser nosotros mismos. Solamente aquél quien ha llegado a conocerse aunque sea en parte puede ser él mismo, sin máscaras ni temores. El temor de rechazo no surte efecto en quien no huye de sí. Quien se conoce a sí ve a su alrededor armonía y paz porque es lo que hay en su corazón. Antes su mundo interior era caos, por lo que veía confusión en el Mundo.

El don de ser tú mismo es apertura hacia los demás. Ciertamente quien se conoce a sí, se posee a sí, pues ya no encuentra contradicción con lo que piensa y lo que hace, puesto que ha dado orden al caos existente en su interior. El don de ser tú mismo te convierte en rey, un rey por derecho propio, pero sobretodo divino. Puedes llamarte rey porque tú interior ha dominado lo ajeno a él. Antes te encontrabas en guerra contigo mismo y con los demás. ¿Cómo pretendías aceptarte, si tú no te habías aceptado? Te da miedo el rechazo porque tú mismo has rechazado lo más valioso en ti que te hacía único y distinto de los demás. ¿Por qué permites que te corten las alas? El hombre no sólo es cuerpo; también es alma, un alma hecha para volar sobre los mares tempestuosos de la vida. Dicen que Dios puso el secreto de la felicidad en el corazón de cada hombre para que jamás perdiera el rumbo y fin de su peregrinar en este Mundo. Sólo estamos de paso. La llave para alcanzar el primer escalón hacia la felicidad es el conocernos a nosotros. No callemos más la voz melodiosa de nuestras almas con los ruidos agitadores del Mundo, con las distracciones efímeras de lo sensible, del placer que no dura.

El conocimiento interior da un placer mayor a cualquiera que pudiésemos encontrar en la Tierra. Es un placer eterno. Tu personalidad será auténtica o falsa en la medida en que despejes las dudas de tu ser temeroso y solitario. Ten valor de enfrentarte a ti mismo. En ocasiones el hombre no puede encontrar peor rival que él mismo. Véncete a ti mismo cuantas veces sea necesario… Este escrito no está dirigido para un club de optimismo, a mi manera de ver las cosas el optimismo es un engaño del alma y me temo que el conocimiento propio no se trata de drogar al alma con ideas ni salirse de la realidad, de nuestra realidad. El hombre busca la verdad. El engaño, el auto-engañarnos no tiene cabida en nuestro itinerario. Somos una especie de cristal, más o menos empañado o totalmente turbio, según sea el conocimiento que tengamos de nosotros. Con tal cristal pretendemos ver las cosas tal cual son.

Ser auténtico es ser tal como somos sin poses huecas y ridículas, no buscando que los demás sean amplificadores de nosotros. Evidentemente el mundo no gira alrededor de uno mismo; somos en el mundo; el mundo no lo construimos, lo habitamos. Saca el ser único e irrepetible que habita en ti y verás que la vida, nosotros, los otros, etc., estamos en estrecha relación. Nuestras acciones no sólo nos afectan a nosotros, también afectan a nosotros… ¡Atrévete a volar!

El secreto de ser tú mismo es exteriorizar tu interioridad…