viernes, 7 de octubre de 2016

Meditar




    ¡Qué buena es la vida del hombre; pero qué alejado está el hombre de la vida!
Gibrán Khalil Gibrán.
La voz del Maestro.




       

    Una de las capacidades más asombrosas en el hombre, es, poder detenerse. Son escasas oportunidades en las que puede ejercerla. Siempre hay algo mejor por hacer. Nos han enseñado el valor del movimiento, hasta el cansancio y el hastío. Moverse para triunfar, para ser alguien, para no tener que pensar en el porvenir. 

Resulta sorprendente la búsqueda desesperada del hombre por emanciparse del pensamiento. Da flojera pensar con detenimiento, reflexionar. ¿Será que el hombre está huyendo de sí mismo?

Detenerse para ver todas las posibilidades. Todo un horizonte limitado. No calcular; pero sí contemplar. 

Con todo el ajetreo y sinsabor que a veces la vida nos da a probar; resulta necesario hacer un alto. El hombre tiene aspiraciones demasiado elevadas, como para tomarlas a la ligera, o ignorarlas sin más.

No detenerse, podría desencadenar, en el peor de los casos, desesperanza. Precisamente la esperanza consiste en un esperar, como decía Gabriel Marcel. Esperar lo pasajero, puede alentarnos sólo momentáneamente. Sin embargo nuestro espíritu nos recordará, con melancolía, nuestros deseos más profundos, nacidos de nuestro ser. Hay saciedad en el exterior. El comienzo es interior.

Valorar lo importante, requiere un alto para meditar. Volver a nosotros mismos. Sin temor por lo desconocido. Lo más difícil es conocernos; sobretodo aceptar nuestra realidad y tener valor de corregir desde la comodidad de lo estático. Movimiento interior e inmaterial.

Es necesario dedicar un tiempo y espacio sólo para meditar. Con el empeño de resolver nuestras inquietudes. 

Tomar una taza de café y no hacer nada más. Sólo beber café. El aroma nos invita a contemplar. Relajarse y pensar. 

Así como el perro, disfruta de ser perro, el ser humano debe disfrutar de su actuar característico. Ser lo que es. Nada más. 

Las demás cosas tienen su tiempo, y pueden esperar.


martes, 4 de octubre de 2016

San Francisco de Asís


   
     Hace varios años mi hermana me llevó a conocer a Fray Jesús. Era un sacerdote joven, dedicado a la educación. Me lo presentó debido a mi obsesión con el santo fundador de los Frailes Menores. Había leído las Florecillas y algunas biografías, entre las que destacaba la de Chesterton. Era un aficionado, o como decía mi abuela: "Estás enamorado de san Francisco"...

Grande fue mi sorpresa cuando fray Jesús me preguntó si ya había leído la Leyenda de los Tres Compañeros, o la Vida de Celano. Claro que no. Ni siquiera sabía que existieran semejantes libros. Repentinamente sacó de su celda un tomo enorme de la Biblioteca de Autores Cristianos, donde se encontraban los escritos de san Francisco y biografías de la época. Lo dejó caer sobre la mesa. Alcancé a ver la portada con el retrato más antiguo conocido del Pobrecillo.

Mi sorpresa aumentó, cuando sin más, me dijo que me regalaba ese tesoro. No cabía en mí. No podía creerlo. Ese libro era inalcanzable a mis diecisiete años, y un fraile que apenas conocía, me lo daba.

Le hice saber mi intención de formar parte de la familia franciscana, empezando en la Tercera Orden. Su respuesta quedó grabada en mi corazón:

"Tú eres franciscano de corazón".

Todo este preámbulo no es con otra intención que la de contrastar el san Francisco de Asís mediático y el histórico. He conocido este último a través de sus escritos. Sus contemporáneos me hablaron de él. Un enorme abismo los separa. El san Francisco mundano, es una caricatura del Padre Seráfico.

Muchos gustan de la película de Zeffirrelli, Hermano Sol, Hermana Luna. En este filme, nuestro santo es retratado como una especie de revolucionario, un comunista adelantado a su época; un fundador de una nueva Iglesia...

En tiempos de san Francisco, hubo varias sectas que destacaban la vida en pobreza y en comunidad, pero a su modo, fuera de la Iglesia. Criticaban con o sin razón, a los sacerdotes y obispos por su pompa y riqueza. San Francisco predica pobreza y comunidad, sí; pero siempre en comunión con la Iglesia. Obedece a los sacerdotes, porque ellos hacen presente a Cristo, pobre y crucificado en la tierra. No importa la suciedad del vaso, sino lo contenido.

Nuestro Padre Francisco fue un amante de la Creación. Si todos provenimos de una sola fuente, podemos llamarnos hermanos, en cuanto criaturas. Por eso él llamaba hermanos hasta a seres inertes. Su visión, no obstante es Cristocéntrica. No duda en comer carne, ni en que los demás lo hagan. Pero en su espíritu de pobreza, la carne es un lujo. Su comida era frugal. Era producto de mendigar por las calles. ¿Quién iba a regalarle un bistec? Eran trozos de pan duro lo recolectado. Su ecologismo es más profundo, porque ve a las criaturas en su justa medida. Creadas. Llevan el sello de su Creador, como diría más tarde san Buenaventura. Los seres vivos guardan un profundo aroma divino. No sólo debemos respetar y cuidar de los animales; también debemos amarlos. Siempre teniendo a Cristo como centro.

El desprendimiento evangélico te lleva al Cielo. Dios se hizo pobre adoptando nuestra humanidad. No sólo eso, murió en la cruz. Su norma de vida es el Evangelio. Sin esto, no puede entenderse el pensamiento franciscano.