sábado, 3 de diciembre de 2011

Luna de Miel



Para Vero.

Era el tercer día de nuestra luna de miel en la Ciudad de las Luces. Decidimos, después de alimentar nuestros espíritus con una obligada visita al Louvre, alimentar nuestros paladares (el mío menos gourmet que el de ella) en un buen restaurante céntrico.
La mala fama de los meseros franceses no se hizo esperar. Nos trató con cierta singularidad, por así decirlo. No es bueno criticar al prójimo, menos si es francés, vestigios de mi idiosincrasia, ustedes perdonarán. Vero me sugirió como entrada para los dos un suculento raclette; un platillo nuevo para mí. Me encantó. Como segundo tiempo pedimos un corte de carne, de cuyo nombre no quiero acordarme. No podía faltar una buena garrafa de vino, que tuvo que ser rellenada nuevamente por nuestro mesero. Mi "sed" parecía interminable. Pasamos un excelente rato, distante por cierto, de nuestras futuras disertaciones filosóficas.
Llegó el momento de pedir la cuenta. Dejamos la propina. El mesero nos esperaba en la entrada, que ahora se había convertido en nuestra salida. A punto de salir, el mesero nos mostraba una sonrisa añejada, pero real, sobretodo alegre. Nos dijo muchas cosas. Me imagino que habrán sido palabras alegres; aunque no lo hubiesen sido, sonaban melodiosas en tan ilustre idioma.
Nos dirigimos al hotel sorprendidos por el cambio de humor repentino en nuestro anfitrión de alquiler. Caímos plácidamente en los pesados brazos de Morfeo. Debo confesar la consulta del tópico con la almohada.
-¡Vero, le dimos propina de más!


-- Manuel Ramos Desde Mi iPhone