Todos los días en el Metro, veo cantidad de rostros. Ninguno me lo toparé por segunda vez. Muchos rostros me dirigen miradas: de indiferencia, de egoísmo, de odio incluso. Es rara la ocasión en la que una sonrisa ilumina el vagón.
Para los demás yo puedo ser un tubo, asiento ocupado u cualquier otra cosa; un mero individuo, ladrón del aire y espacio. Cuando gente entra y sale, por lo general siempre es a empujones y caras largas.
Me pregunto: ¿Qué pasaría si todos nos tratáramos como personas, aunque nunca volvamos a cruzar caminos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario