viernes, 3 de junio de 2016

Todo empieza con una taza de café

 
      
      He tenido demasiado sueño. Mi perro Blackie colaboró a ello. No importa. Al fin ni quería dormir. Todo mejora con una taza de café. El Starbucks está lleno de snobs. Un café de Krispy Kreme viene acompañado con la tentación de comprar una docena de donas rellenas de crema pastelera. No gracias. Por fortuna el Sanborns está poco concurrido (en parte porque llegamos a las cuatro de la tarde). Espada de doble filo: Las meseras son escasas y pedir un simple café puede tardar una eternidad. El antojo puede esfumarse. Mi esposa y yo decidimos arriesgarnos. Ordenamos un par de cafés americanos. Siento un antojo terrible de helado. Sin más remedio pido uno de chocolate, el cual incluye unas pastas dulces. Cedo las pastas a mi amor, para no tomarse el café solo. Con el helado tengo más que suficiente. El café es recién hecho. La combinación entre dulce y amargo; caliente y frío, me fascina.

No tardamos más de veinte minutos en el restaurante-tienda-farmacia-librería. La mesera estuvo al pendiente de las diez mesas a su cargo. Por distracción, confieso que no vi su nombre. Procuro fijarme en el gafete. Esta vez no lo hice. Mi atención estuvo fija en la taza de café. Las meseras deben ser tratadas como personas; no como un número más inmerso en la sociedad. También tienen su historia, con todos los problemas que acarrea el día a día. Me molesta sobremanera verlas tratadas como si no existieran, como seres inferiores, cuyo único delito es no tener más dinero que el comensal. Todavía hay gente con una forma de pensar basada en la cantidad. Se condenan, sin quererlo, a la soledad. 

Cuando voy a cierta plaza comercial, donde acuden personas con holgura económica, no puedo pasar inadvertida cierta prepotencia de clase. Si por alguna razón nuestros caminos se cruzan, nunca detendrán su paso, siguen en línea recta, esperando a que tú cambies de dirección o te hagas a un lado. Su lenguaje corporal denota superioridad. "Tengo más derecho a pasar que tú". ¿Parece absurdo, verdad? Lo que hago yo es detenerme. Hacerle saber a la otra persona de mi existencia. 

Gracias a las redes sociales, es más frecuente la denuncia social de actos discriminatorios. Si una mujer los comete, es señalada por la comunidad virtual como lady, agregándole la acción por la cual se ganó el hashtag. Los hombres se llevan el honor de lord o mirrey. La nobleza "económica" ya no es signo de distinción. 

Con nuestro celular podemos denunciar la injusticia. Parece increíble, pero una denuncia en internet tiene más eco y repercusión para las autoridades que hacerla de manera presencial, con pocos testigos. 

Si nuestra integridad personal no corre ningún peligro, debemos usar la cámara de nuestro móvil, para algo más que hacer selfies... Sería lo mínimo. 

Nunca dudaré del número mayor de personas buenas, sobre las malas. El problema radica en que los buenos no actuán tanto como los malos.




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