miércoles, 9 de marzo de 2011

El Proceso nuestro de cada día.

Analizar, hoy día, nuestra realidad política y jurídica a partir de la visión kafkiana es algo que parece complicado en un principio; pero si vemos esta realidad política a través de El Proceso, caemos en la cuenta de que el señor Kafka no es indiferente en lo más mínimo.

En esta obra vemos que el hombre promedio, el hombre marginado inclusive, el hombre que vive día a día de su trabajo, vive en dos realidades completamente distintas por así decirlo, en dos mundos ajenos entre sí. Un mundo es totalmente independiente del otro.

El mundo legal y político, por no decir el mundo totalmente “legalizado como politizado” depende vitalmente del mundo real que lo sostiene y alimenta hasta nutrirlo en cantidades increíbles. Este mundo ha adquirido más fuerza que el mundo real; no obstante este superdesarrollo es aparente. El mundo real, nuestra cotidianeidad de gente del pueblo, nuestro trabajo, nuestras manos junto con todo nuestro apestoso sudor es lo que realmente ordena al misterioso mundo de la “legalidad”.

Pese a que nosotros creamos ese mundo, para establecer un orden con base en la Justicia- concepto totalmente vacío en nuestros días- vemos que ese mundo nos ha dominado con temor causante del saber que algún día seremos llamados a juicio, ya sea en este mundo o en el Otro, y no saber si realmente somos culpables ante esos jueces. Así son nuestros jueces: Uno infalible; el otro creado por nuestros propios temores e inseguridades basadas en lo efímero. Cabe destacar un tercer juez, que en este mundo nadie se puede librar de él, ni aún después de muertos su juicio permanece en la tierra, sobre nuestras tumbas. Este tercer juez no es un dios; todo lo contrario, es un simple mortal como nosotros mismos. Este juez que siempre nos perseguirá aunque seamos blancamente inocentes, tiene un nombre. Su nombre es conocido por todos, se llama “la sociedad”. Digo que la sociedad es el peor juez de todos, pues Dios te juzga una sola vez y te deja en paz, los jueces civiles si llegan a convencerse de tu inocencia te dejan en paz; pero si la sociedad encuentra alguien digno para expandir el veneno de su juicio infundado, ya no suelta nunca a su presa, ya que es cicuta que deshace toda posible conexión con la realidad hasta sus más desgarradoras consecuencias. Mucha gente dirá que cuando muera se librará de esta enorme sombra; pero yo les respondo que la huella que pudieron haber dejado en la tierra será borrada por la sociedad, así como la espuma del mar es consumida por la inmensidad de las olas. Pero las olas no saben que lo mismo que han pretendido borrar con tanto afán es parte inmanente de sí mismas. Las olas han provocado lo mismo que pretenden borrar del recuerdo arenoso, que es este mundo. ¿Acaso no nos ve como enemigos terribles el mundo legal?

Cuando Josef K. Habla con el pintor, el pintor le dice que hay tres tipos de absolución: La absolución real, la aparente y el aplazamiento.[1]

La absolución aparente para mí es la que adquieres demostrando tu inocencia y adquieres tu libertad; pero la sociedad te deja marcado para siempre con el sello injusto de la culpabilidad. En esta obra la sociedad ve a K. como un culpable, aunque todos lo conozcan, todos lo han visto pasar por sus calles, por sus vecindarios; sin embargo, todo el mundo en el fondo de su ser y de su conciencia, piensan que Josef es culpable y no tiene salvación. K. nunca oye decir a nadie que él es inocente y su proceso es injusto. Las personas no se preguntan por su inocencia ni siquiera se preguntan por lo que habrá hecho; sólo han escuchado que es arrestado y por lo tanto es culpable. El crimen no importa, debe existir alguien que pague por nuestros temores y por nuestras angustias para poder tranquilizar nuestras conciencias comparándolas con la sucia y culpable conciencia de Josef, pues al ser expuesto al público como un procesado, todo el mundo psicológicamente descarga todas sus culpas en él, si no como a Cristo, al menos como una piñata en la cual soltamos nuestro anhelo fantasioso de un mundo más justo.

Mucho cuidado con poner nuestra confianza en un sistema legal que está fundamentado en nuestras propias inseguridades y temores, porque si no se basa en lo objetivo, la sociedad en la que vivimos pende de un delgado hilo...



[1] Ver KAFKA Franz, El Proceso, capítulo 7, pág. 182, 1ª. Edición, Ed. Tomo, 2002, México.

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