jueves, 21 de octubre de 2010

Ángela de Foligno

Les transcribo un fragmento de el Libro de la Vida, de la beata Ángela de Foligno, quien ascendió alturas místicas insondables. Para ella sólo se puede hablar de Dios como algo inefable:


Una vez, estando en oración, le pregunté a Dios, no por tener dudas, sino para saber más: "Señor, ¿por qué has creado al hombre? Y después de haberlo creado, ¿por qué has permitido que pecáramos? Y ¿por qué quisiste sufrir tanto por nuestros pecados? ¿No podías mucho mejor hacer que estuviéramos sin pecados y que te agradáramos a ti, y que poseyéramos tanta virtud, como ahora la poseemos por tus méritos?".
Mi alma comprendía, sin sombra de duda, lo que le pedía, a saber, que Dios sin su muerte podía hacernos partícipes de la virtud y de la salvación. Y me parece, mejor aún, me parecía sentirme forzada y obligada a hacer esas preguntas y a reflexionar sobre esos planteos, si bien, hallándome yo en oración, quería quedar en la oración sin ser distraída de ella. Pero Dios me forzaba, según creo, a hacerme esos planteos. Estas búsquedas se desarrollaron durante varios días, si bien, repito, no tuviera la mínima duda.
Durante la investigación, llegaba a comprender que Dios lo hizo y lo permitió todo, porque así nos manifestaba mejor su bondad y porque era más conveniente para nosotros. Pero la respuesta no era del todo satisfactoria para que pudiera comprender plenamente.
Y mientras intuía de manera absolutamente cierta que Dios hubiera podido salvarnos con otros medios, si lo hubiese querido, el alma fue una vez arrebatada en éxtasis y vio que la verdad que yo buscaba no tenía ni principio ni fin. Estando en esas tinieblas, el alma quería volver en sí pero no podía; más aún, no podía ir adelante ni retroceder para volver en sí. Después, repentinamente, el alma fue elevada e iluminada y veía la potencia de Dios así como veía su voluntad, en las cuales de manera absolutamente plena y cierta hallaba respuesta a mis planteos. Y en seguida el alma fue sacada de esas pasadas tinieblas.
Antes, en esas tinieblas yo estaba tendida por tierra pero durante esa altísima contemplación me puse de pie, sobre la punta de los dedos. Y me sentí en tal alegría y agilidad física y en tal bienestar y frescura de cuerpo como jamás había experimentado. Estaba sumergida en tal plenitud de la divina luz que con indecible gozo llegaba a ver en la omnipotencia de la voluntad de Dios no sólo la respuesta a mis preguntas sino que comprendía —y me sentía plenísimamente satisfecha— la suerte de todos los hombres que se han salvado y que se salvarían, de los condenados y de los que se condenarían, y de los demonios y de todos los santos; pero trazar una descripción me es imposible y está por encima de todas las posibilidades humanas.
Entendía plenamente que Dios, si lo hubiera querido, habría podido hacerlo de manera diversa, con todo no llegaba a comprender, una vez conocidas su potencia y su bondad, lo que mejor debiera hacer por nosotros y lo que mejor hubiera podido poner en nuestros labios. Desde entonces me siento tan contenta y tranquila que, si supiera de modo absolutamente cierto que debería ser condenada, por ningún motivo podría afligirme; ni trabajaría menos ni menos me esforzaría por orar y honrarlo.
Dios dejó en mi alma tal paz, tal serenidad y tal estabilidad, que no recuerdo haberlas tenido tan plenamente en el pasado. Y en este estado vivo constantemente. Y todas las experiencias habidas en el pasado me parece que fueron poca cosa en comparación. Y me dejó en el alma el deseo de mortificar los vicios y la estabilidad de las virtudes, por las cuales amo todas las cosas benéficas y maléficas, sin sufrir disgusto.

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