miércoles, 1 de mayo de 2013

"Copito"



Seguramente para muchos ver un perrito en la calle, en condiciones deplorables, no podría sensibilizar su corazón. Los perros callejeros son situaciones cotidianas en las grandes urbes. Esta es la historia de un perrito que logró conmover mi corazón de piedra, tornándolo en corazón de carne.


En la colonia donde vivo existe un pequeño parque, límite entre una zona de bodegas y un conjunto de casas clasemedieras, donde fue a parar un cachorrito como de 3 meses, negro en su pelaje, pecho blanco; nada que pedirle a un labrador con pedigree (escucho el eco de quienes están a favor de comprar perros, como si fuera un mueble más en la casa; tal vez este relato cambie su opinión).

Cada mañana lo veía juguetear entre columpios y resbaladillas. Era tiempo de calor en Monterrey, por lo que pasaba gran parte del día oculto en las sombras de los autos. Para tranquilizar mi conciencia, invocaba pensamientos como "debe tener dueño" o "alguien pronto lo adoptará, porque es un cachorro". No obstante, las semanas pasaron y nadie lo reclamaba para sí. El cachorro tomaba la siesta en la resbaladilla. Era un momento que cualquier fotógrafo hubiese querido capturar.

Por las noches, mi conciencia, aderezada con un poco de franciscanismo, me hizo humanizar la situación de este animal. Me lo imaginaba cabizbajo, temblando de frío, con el resplandor de la luna bajo su mirada. Toda una escena del Romanticismo. No podían faltar el tarareo espiritual de las canciones más cursis que podía imaginar.

A veces, lo confieso, tardaba en conciliar el sueño. Ese perro era imagen de mi alma. De alguna forma Dios quiso enviarlo en mi camino para mostrarme algo. No lo sabía, pero buscaba ese algo, en la manifestación del perro, que de manera silenciosa pedía amor. San Buenaventura decía que la Creación es vestigio de Dios, donde encontramos la huella del Creador, incluso en la más insignificante criatura. Había encontrado un vestigio de Dios. ¿Cuál sería la respuesta que le daría a Dios?

Cuando Dios, como relata el Génesis, nos hizo soberanos de la Creación, fue en virtud de ser sus custodios. El señor es quien cuida lo suyo. El hombre debe ser administrador y protector de la Creación, no su explotador.


La respuesta que le di a Dios fue: Si yo como católico no hago nada dentro de mis posibilidades, para ayudar a este perro, nadie lo hará. Los cristianos deben ser personas de acción, no solamente quedarnos en los buenos sentimientos.

Me decidí a llevarle algo de alimento y agua. Como por arte de magia las croquetas desaparecieron en un abrir y cerrar de ojos. No soporté verlo con hambre. Lo cargué para llevarlo a mi casa. Tal vez pueda llevarlo a una asociación protectora, para que lo adopten, pensé.

"Copito" al ser rescatado estaba infestado de garrapatas. Esa noche vomitó. Mi sorpresa fue mayor al ver trozos de madera y basura. No había comido nada en días. Su instinto lo condujo a comer lo que fuere. Para rematar le faltaba un ojo, el cual posiblemente se haya debido a una mala jugada de la herencia genética.

Desafortunadamente las asociaciones protectoras no se dan abasto con los reportes de perros abandonados que reciben. "Copito" lleva más de un año como parte de la familia. No me arrepiento de haberlo ayudado. Es el perro más leal y obediente que he tenido. Por ningún motivo se aleja de mi lado.

Este perrito era imagen del prójimo, mi próxima escala en el amor a Dios.


-- Desde Mi iPad

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